
Probable es un adjetivo de brutal doble faz. Significa, coinciden los dicionarios, que algo podría probarse, podría ser probado, podría ocurrir, y, a la mismísima vez, todo lo contrario: que podría no comprobarse, es decir, podría ser rebatido, de cuajo, rotundamente. En síntesis, para evitar dar muchas vueltas alrededor: el uso de probable es ideal para citar lo que puede suceder, puede ser cierto, estaría a punto de suceder, o pudo haber sucedido o pudo haber motivado, y, al mismo tiempo, lo que podría no suceder, o podría no ser motivado.
Todo o nada. Verdad o mentira. A la misma vez, probablemente.
La venta en las últimas horas del grupo productor y broadcaster argentino Telefe, líder actual de audiencia a nivel nacional, está lleno de "probables". La estadounidense Viacom acaba de firmar el acuerdo para quedarse con la estación de TV abierta y reconocido player argentino de la distribución de contenidos en el campo internacional, por un monto aproximado, probable, de US$ 400 millones. No hay, de momento, información oficial pública sobre la cuantía exacta que recibirá el hasta ahora probable dueño.
En la Argentina delirante del último cuarto de siglo, la propiedad del canal de TV abierta ha estado eternamente bajo cuestión. El mercado sabía que Telefónica de España se lo quedó en una rara maniobra, avalada por la enviciada administración política argentina de los noventa, pero muy pocos de sus actores mostraron desagrado por el origen clandestino.
El punto de partida deshonroso tenía que ver con la condición, " de cumplimiento absoluto", impuesta por el gobierno argentino -en la privatización de los servicios de telecomunicaciones de 1990- a los dos ganadores y nuevos operadores, las europeas Telefónica y Telecom. La cláusula es terminante: Ni uno ni otro, por el resto de los días, podría involucrarse en negocios de televisión. Toda la caja de las telecomunicaciones argentinas en dos manos, con prebendas fantásticas y beneficios sin límites pero nada de meterse en un sector que en aquel entonces tenía más de promesas que de realidades.
La quiebra de la economía argentina en los inicios del siglo hizo trizas al mercado publicitario local. Y hundió los negocios de la televisión abierta. Por aquella ruina, la salud de la publicidad del país nunca se restableció; solo mejoró ápices, año a año. En ese escenario, Telefónica encontró las formas para no perder el control del bien, llevando siempre los cuestionamientos de propiedad a la negación total o al limbo de lo probable.
Las tormentas cuestionadoras más fuertes las sufrió durante los gobiernos del matrimonio Kirchner, considerados los más corruptos de toda la historia argentina. Aquella disputa disparatada contra Clarín puso en la primera fila la posesión prohibida del grupo español. Cuando parecía en peligro extremo, defendido hasta lo impudoroso por las autoridades kirchneristas (todo competidor del enemigo era un amigo para la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner), sobrevino el cambio de ocupantes en la Casa Rosada.
Finalmente se llega a este desenlace con el que se termina una etapa. Telefónica de España ya no será señalada como probable dueña del grupo Telefe. El gran candidato en la primera carrera por el broadcaster, Turner, ni siquiera compitió en esta última fase. Algo, probablemente una orden corporativa, le bajó los decibeles a su pretensión compradora y a su plan de replicar en otro mercado latinoamericano la buena experiencia chilena. ¿Se ha desvanecido su interés en Argentina? No debería ser una posibilidad pues el grupo tiene en Buenos Aires la mayor estructura operativa a nivel mundial, después de su central de Atlanta. Es probable que esta abrupta frenada de sus intenciones en el país, tanto la actitud en la disputa por Telefe y la casi desaparición de su protagonismo en la puja por los derechos del fútbol argentino, tengan puntos en común.
La noticia del día, entonces, ha sido la compra de Telefe por parte de Viacom y el fin del señalamiento a Telefónica. El hoy principal broadcaster argentino (en cuanto a audiencia) dejará de ser lo que fue durante más de 20 años: un hijo bastardo.

